MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES.
Río+20 significó para muchos un fracaso y para tantos otros una decepción. Una distancia gigantesca entre la aceptación generalizada que el planeta a este ritmo de deterioro ambiental es inviable, y la inexistencia de compromisos por parte de los gobiernos para tomar medidas que disminuyan la irracional destrucción.
La Declaración resultó, como muchos documentos intergubernamentales de su género, una mezcla de afirmaciones, recomendaciones, reconocimientos y casi ningún compromiso relevante.
“El Futuro que Queremos” es una expresión de deseos y queda en definitiva muy corto en relación al tamaño de los desafíos que enfrenta la humanidad en materia de desarrollo sustentable y preservación del medioambiente para las generaciones presentes y futuras; sobre todo cuando no cuenta con los recursos imprescindibles para su implementación, puesto que la propuesta de crear un fondo de 30 mil millones de dólares fue rechazada por los países más ricos que se negaron a asumir compromisos financieros.
La propuesta de introducir en el documento final el concepto de la "economía verde" impulsado por sectores empresariales y sus gobiernos aliados, que pretendía sustituir el concepto de “desarrollo sostenible” que Naciones Unidas había adoptado 20 años antes en la Cumbre de la Tierra Río 92, finalmente fracasó por la presión ejercida por los países en desarrollo y la movilización de movimientos sociales. Resulta paradójico que en momentos en que la crisis financiera global ha puesto en evidencia una vez más el rotundo fracaso de las políticas neoliberales, se haya pretendido enfocar la cuestión medioambiental con las leyes del mercado, avanzando así en la mercantilización de la naturaleza.
Muchos ha dicho que por la falta de avances esta Cumbre resultó ser "Río-20", pero si se imponí el criterio ariba mencionado hubiese sido "Río-40".
La contracara de los decepcionantes resultados de Río+20, fue la masiva Cumbre de los Pueblos por Justicia Social y Ambiental que se desarrolló en forma paralela al evento oficial. La Cumbre de los Pueblos es el símbolo de un nuevo ciclo en la trayectoria de las luchas globales, buscando nuevas convergencias entre movimientos de mujeres, indígenas, juventudes, agricultores/as familiares y campesinos, trabajadores/as, pueblos y comunidades tradicionales, luchadores por el derecho a la ciudad, y religiones de todo el mundo.
Los actores sociales presentes en esta verdadera “cumbre social” convergieron en asambleas en las que se debatieron y concertaron propuestas, estrategias y agendas de lucha en temas como derechos, defensa de los bienes comunes contra la mercantilización, energía, industrias extractivas, soberanía alimentaria, empleo digno, entre otros. De esta experiencia se desprendió una visión común respecto a la responsabilidad del capitalismo financiero en las crisis actuales y el rechazo a las falsas soluciones ya fracasadas.
El resultado final de la Cumbre oficial al decir de Shakespeare resultó "mucho ruido y pocas nueces"