Como en el libro de Roberto Payró “Pago Chico”, la sempiterna política criolla aparece en toda su dimensión con el intento de imposición de la Reforma Política por parte del gobierno nacional. El mismo, descorriendo el velo de todas las puestas en escena que comenzaron con el diálogo político, tiene un solo y único objetivo: quedarse en el poder más allá de 2011.
El intento de perpetuación del elenco gobernante contrasta con la realidad de nuestros vecinos brasileños, uruguayos y chilenos. Lula con más del 70% de popularidad rechazó la posibilidad de cambiar las reglas de juego para intentar reelegirse. Tabaré Vázquez con los mismos índices positivos rehusó siempre el cambio de la Constitución para intentar un segundo mandato. Bachelet con 80% de imagen positiva ni siquiera consideró la posibilidad de presentarse de candidata porque la ley se lo prohibe.
Aquí, como en “Pago Chico”, la viveza criolla desarrolla creatividad para vulnerar esa valla infranqueable en democracia que es la voluntad popular. La realidad refleja que la sociedad tiene una imagen negativa del actual gobierno y expresa niveles todavía mayores de rechazo al ex presidente Néstor Kirchner.
Toda la ingeniería electoral pergeñada por esta Reforma obtura la posibilidad de nuevas alternativas, reclamo principal de una sociedad fatigada de la dirigencia tradicional que en más de dos décadas de democracia no supo, no pudo o no quiso mejorar la vida de las condiciones de vida de los sectores populares.
Además, la reforma eleva la exigencia de afiliados para constituir partidos políticos para presentarse a la elección y aumenta los pisos de votación en las internas abiertas para seleccionar candidatos, requisitos ambos claramente proscriptitos. Concentra el manejo del proceso electoral en el ministerio del Interior quitándoles facultades a la justicia y al Congreso, poniendo de manera alarmante al gobierno nacional como juez y parte de una elección que debiera garantizar transparencia, neutralidad e igualdad para todos los candidatos. No contempla una boleta única, ni voto electrónico, como existe – no en los países nórdicos, sino en lugares más próximos- en Brasil, Venezuela, Chile o México.
Esta Reforma Política así planteada es proscriptiva, tendenciosa y reaccionaria. Es funcional a las necesidades de un solo sector político y atrasa en relación a las nuevas exigencias de la sociedad en los tiempos actuales.
Las reglas de juego de la democracia son al decir de Norberto Bobbio “las reglas del juego democrático”, porque si no se preserva, fomenta y desarrolla la libre expresión de la voluntad ciudadana, se deteriora peligrosamente la democracia misma.
Argentina comenzó a salir de la “política criolla”, del “fraude patriótico” con la Ley Sáenz Peña que introdujo el voto secreto. Avanzó con la incorporación del voto femenino en 1951. La reforma a la Constitución Nacional en 1994 prohibió expresamente el dictado de decretos de necesidad y urgencia en materia electoral y de partidos políticos y requirió leyes con mayorías especiales para su sanción, es decir, obliga a la búsqueda de consensos de todas las fuerzas políticas.
Hoy el oficialismo avanza sólo, intentando sacar de apuro una ley sin acuerdo de ningún sector de la oposición, es decir, impone una reforma política monocolor acorde a sus necesidades de perpetuación.
La sociedad ya demostró en distintas oportunidades en democracia que cuando hay vientos fuertes de cambio no hay alquimias, candidaturas testimoniales, manipulaciones electorales que impidan esos cambios. Otras veces – como en el 2001- expresó su protesta más cercana a la actitud nihilista que José Saramago desarrolla sorprendentemente en “Ensayo sobre la lucidez”, donde durante las elecciones municipales de una ciudad sin nombre, la mayoría de sus habitantes decide no ir a votar en actitud de protesta.
El ciclo kirchnerista aparece ciertamente agotado.
Se trata entonces de recrear una alternativa progresista real que transite un camino cierto de justicia, igualdad y libertad para nuestro pueblo.