A las manifestaciones de jóvenes sin trabajo, sin educación y sin futuro, que días pasados sacudieron a Gran Bretaña se les respondió con represión primero y después con las palabras del ministro conservador David Cameron: “todo el que haya sido violento debe ir a la cárcel”. Marcaba así el camino a una justicia que en un país cuna de la democracia debiera preciarse de independiente.
Con presteza el juez Elgan Edward de Cheshiere tras determinar una pena dijo: “las sentencias deben asustar”. Así Anderson Fernandes de veintidós años por robar dos conos de helados enfrenta una pena de varios meses en prisión, Nicolas Robinson de veintitrés está sentenciado a seis meses tras las rejas por robar dos botellas de agua mineral de un supermercado que tienen un costo de cuatro euros; Ursula Nevin madre de dos niñas con residencia en Manchester está sentenciada a cinco meses de prisión por aceptar de una amiga unos pantalones robados de un centro comercial. Todo ello en el marco de un superpoblamiento de las cárceles británicas.
Víctor Hugo terminó de escribir “Los Miserables” en 1862. Esta obra que describe las victimas de un orden social injusto es la historia de los desposeídos en la época posterior a la Revolución Francesa. Jean Valjean, personaje principal de la novela, fue a prisión diecisiete años por haber robado un pedazo de pan.
Un siglo y medio después, resulta aleccionador para la actual realidad la vigencia de lo que Víctor Hugo nos dejó a través de la literatura y que evidentemente no leyeron los ingleses por estos días. En otro pasaje de la novela que ayuda a concluir esta reflexión, el obispo Myriel expresaba: “si un alma sumida en sombras comete un pecado, el culpable no es el que peca, sino el que no disipa las tinieblas”. Es decir son los actuales gobernantes los responsables de dar una respuesta positiva a las justas demandas de los jóvenes en lugar de reprimirlos.