jueves, 31 de marzo de 2011

HISTORIAS DE SANTA FE V

"LAS COLINAS DEL HAMBRE"


Rosa Wernicke, poeta y dramaturga, nació en 1907 en Buenos Aires, y luego de pasar por Córdoba y Santiago del Estero, se instaló definitivamente en Rosario en 1934. “Siempre había deseado vivir a la vera de un gran río y aquí se cumplió su destino”, dijo una de sus amigas.

Con sólo 26 años publica en Córdoba su primer libro, “En los albores de la paz”. Le siguieron, ya en Rosario, dos libros de cuentos: “Treinta dineros” (1938) e “Isla de angustia” (1941); ambos con muy buena recepción en los ámbitos literarios. Una crítica de la época publicada en el diario La Prensa la elogiará diciendo que “la autora tiene hondura psicológica y sobre todo fina comprensión de los matices más sutiles del alma humana”.

Su consagración llegará con su última obra, “Las colinas del hambre”, publicada en 1943 por la ya desaparecida editorial Claridad, con ilustraciones de su compañero de vida, el famoso pintor rosarino Julio Vanzo. Dicha obra ganará el prestigioso premio “Legado Manuel Musto”.

La premiada novela transcurre en una villa miseria instalada sobre un basural municipal en las zonas aledañas del antiguo Matadero, origen de lo que hoy es el barrio Tablada de la ciudad de Rosario. El basural había comenzado a formarse en el bajo Ayolas, en los terrenos lindantes a las dos barrancas del río, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Su concesionario exclusivo era el español Jesús Pérez. Muy cerca de allí, en Ayolas y Convención, el genial Antonio Berni inició sus famosos collages.

La autora ofrece un crudo testimonio de la dolorosa realidad de la miseria y la marginación, contracara de la opulencia fruto del progreso industrial de los centros urbanos que crecían al calor de un país que se insertaba en el capitalismo mundial, y todo un llamado de atención a una sociedad que elegía mirar para otro lado.

“La ciudad parecía avergonzarse de aquel pulmón enfermo del barrio Mataderos, en donde pululaban millares de criaturas con su miseria y su orfandad. Estaban allí, olvidados en medio del febril progreso”, escribe Wernicke e ingresa en ese mundo de miseria y desigualdad, a través de las historias de un conjunto de personajes.

Así aparecen Manuel Fernández, el concesionario del basural, quien dispone de “un ejército compuesto por hombres, mujeres y niños dedicados a escarbar en la inmundicia”; Joaquín Videla, dueño de una fábrica de jabón, y sus hijos; Fuentes, escritor aficionado, su hermano Martín, personaje con una clara conciencia de clase; Cándida, y el ingeniero Tito Ilergetes, entre muchos otros.

La novela es también un brillante alegato a favor de la protección de la infancia que, por momentos, conserva una asombrosa y triste actualidad. Al respecto, Rosa escribía que "los niños de casillas de chapa y cartón, techos de zinc y pisos de tierra, mugre, napas contaminadas son chicos, demasiados chicos para sobrevivir en un mundo donde las carencias que padecen son múltiples, expuestos a los males propios de los excluidos, pero además son muy vulnerables pues dependen de otros, por lo menos hasta alcanzar la fuerza de convertirse en chicos de la calle. La pésima alimentación, comiendo muchas veces restos de basura, el abandono familiar, la falta de contención, y la convivencia con el delito los subordina a la desconfianza y la marginación del resto de la sociedad".

La obra se iniciaba con una advertencia: “Todos los personajes que aparecen en esta novela son ficticios y no se identifican con ninguna persona de la realidad”. Sin embargo, la reseña publicada en el diario La Capital del 26 de diciembre de 1943 sostenía que “nada en el curso del relato se adivina como obra de ficción”. Aparentemente, el referido concesionario del basural, lo entendió así. La leyenda popular afirma que el español José Perez, al sentirse aludido por el personaje de Manuel Fernández, decidió comprar todos los ejemplares de la primera edición, que al poco de salir se agotó.

Rosa falleció en 1971 en Rosario. Una calle de la ciudad que tanto quiso lleva su nombre: aquella que corre de Norte a Sur entre calle Lola Mora y un espacio verde, paralela a calle Abanderado Grandoli a la altura del 4600.

También su figura trasciende en muchas pinturas del artista plástico rosarino Julio Vanzo, que plasman su figura evocando la admiración de este pintor por su compañera en el arte y en la vida, algunas de las cuales pueden apreciarse en museos de la provincia como el Juan Castagnino de Rosario.

Y sobre todo en su gran obra, “La colina del hambre”, que sin dudas se erige, junto a otros clásicos de Leónidas Barletta, Alvaro Yunque y Elías Castelnuovo, en uno de los máximos exponentes de la “novela social” en la República Argentina.