martes, 25 de octubre de 2011

GADAFI: EL OTOÑO DE LOS PATRIARCAS.


Con la muerte de Gadafi, en menos de un año, tres dictadores del norte de África han sucumbido. En enero el tunecino Ben Alí huyó a Arabia Saudita, en febrero el egipcio Mubarak fue detenido por sus soldados y está siendo juzgado. Movilizaciones populares que están siendo reprimidas cuestionan en Siria a El Asad y en Yemen a Saleh; Marruecos acelera reformas para escapar al contagio del reclamo de los pueblos por espacios de libertad.

La caída de Gadafi inunda el mundo con el realismo virtual de las noticias donde se cruzan en el mismo instante declaraciones de la oficina de las Naciones Unidas expresando la necesidad de investigar “las circunstancias” de la muerte de Gadafi; con la de la comandancia de la OTAN en Bruselas que ahora hablan de poner fin a la acción militar. Se disputan Francia con Estados Unidos la autoría del abatimiento de la caravana de vehículos donde iba al dictador. Si fueron los Mirage-2000 de la fuerza aérea francesa o los aviones Predator no tripulados con misiles Hellfire del Pentágono.

La “primavera árabe” no llega con flores, sino con sangre, bombas y muerte. La disputa de protagonismo en la guerra Libia entre los países europeos y los Estados Unidos es parte de la otra disputa, la principal, de quién se quedará con el petróleo “dulce” que alberga en las entrañas del desierto. Realpolitik y negocios petroleros hacen que Occidente, que consideraba hasta antes de ayer a alguien un aliado, un estadista astuto y pragmático; hoy apuren sus declaraciones saludando la muerte del dictador.

Gran Bretaña le vendió a Libia el año pasado 55 millones de dólares en equipamiento militar, vehículos blindados, municiones y gases lacrimógenos. En el 2008 George Bush envió a Condolezza Rice a reunirse con Gadafi abriendo las puertas a la firma de un acuerdo con la Exxon Mobil para explorar petróleo frente a las costas de Libia. También Estados Unidos le vendió armas en los últimos años y promovió la presencia del hoy “impresentable” en la cumbre del G8.

Sólo el cinismo internacional impide que suene fuerte la elemental pregunta ¿qué pensaban que iba a hacer Gadafi con los rifles granadas y gases sino reprimir al pueblo libio?

Como el título del poema sinfónico de Richard Strauss “Muerte y transfiguración”, la muerte de Gadafi hace que los mismos líderes de los mismos países que ayer le dieron apoyo y asistencia bélica, hoy festejan su muerte con la palabra “libertad”, observando de reojo las gigantescas reservas de petróleo de excelente calidad.

Se cierra una etapa histórica que comenzó con una revolución que destituyó una monarquía y en nombre de un socialismo, de una república de masas, la “jamahiriya”, y la supuesta filosofía del “Libro Verde”, derivó en una dictadura con su más patética expresión del culto a la personalidad del tirano.

La historia muestra una y otra vez que sin libertad, todo camino a la igualdad es inviable y falaz.

Empieza un difícil nuevo tiempo en Libia que será positivo si lo escribe el pueblo con sus necesidades y aspiraciones, y no las grandes potencias con sus intereses.