El discurso de la Presidenta de la Nación a la Asamblea Legislativa en la apertura del 131° período de Sesiones Ordinarias del Congreso de la Nación el pasado viernes 1 de marzo, cuando se refirió a la necesidad de democratizar la justicia pareció interpretar el sueño de Balzac de gobernar en el reino de las palabras.
Llama la atención que la Presidenta de la Nación plantee democratizar la justicia poniendo en cuestión a uno de los logros más importantes de la etapa kirchnerista que ella misma expresa, cual es la renovación de la Corte Suprema y mucho más sorprendente que objete a una de sus miembros más prestigiadas que es la Dra. Carmen Argibay.
Carmen Argibay fue presa por la dictadura militar el día del golpe del 24 de marzo de 1976, es militante por los derechos de la mujer, y fue impugnada y resistida por los sectores más conservadores y retrógrados del país cuando se presentó a la Audiencia Pública del Senado para su designación en la Corte. ¿Por qué entonces el ataque contra Carmen Argibay?
El mayor “pecado” de Argibay es su indoblegable independencia. Hace pocos días en la apertura del año judicial dijo: “La Corte Suprema de Justicia de la Nación es el último bastión en defensa del estado de derecho”, palabras reveladoras en un país donde el poder no perdona la libertad de criterio.
Con sus fallos, la Corte actual en su actuación en estos años demostró ponerse del lado de los intereses ciudadanos, de los usuarios, de los jubilados y pensionados, de los trabajadores, de la protección de los derechos humanos y sociales; y lejos de los intereses corporativos. Por ello siempre fue reconocida por todos como uno de los avances institucionales de esta etapa democrática, luego de Cortes Supremas en la historia argentina que avalaron golpes de Estado, y de la Corte menemista que entregó el patrimonio nacional y pisoteó los intereses populares.
Si el objetivo de democratización de la justicia, más cerca o más lejos de los proyectos anunciados, parte entonces de la premisa de debilitar esta Corte Suprema, nos encontramos ante un verdadero sofisma: dar una razón aparente para persuadir de lo que es falso.