Mostrando entradas con la etiqueta mujeres. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta mujeres. Mostrar todas las entradas

martes, 3 de mayo de 2011

HISTORIAS DE SANTA FE VI

LA MUJER DEL FUERTE



El primer establecimiento europeo en nuestro país, llamado Sancti Spiritus, fue fundado por Sebastián Gaboto el 11 de mayo de 1527, a orillas de la desembocadura del río Carcarañá en el río Coronda, donde hoy se encuentra la ciudad de Puerto Gaboto.

Desde esa fecha y por más de dos años, españoles y timbúes convivieron en forma pacífica, hasta que en setiembre de 1529, pocos días después de partir Gaboto a una expedición, tuvo lugar el asalto, incendio y destrucción del fuerte.

La única versión que hasta nuestros días se ha contado de lo ocurrido esa noche de setiembre de 1529 en Sancti Spiritus, es la dada a través de la leyenda de Lucía Miranda. Allí se narra que entre los timbúes, habitantes de la región donde se construyó el fuerte, vivían dos caciques hermanos: Mangoré, que resaltaba por sus aspectos nobles y su gran belleza física y Siripo, inteligente y astuto, pero menos dotado que su hermano mayor a quién Siripo envidia y cela.

Mangoré se había enamorado de una mujer española que vivía en la fortaleza, llamada Lucía Miranda, una mujer bastante excepcional para su tiempo, hija de un hidalgo español y de una morisca que había sido educada por Fray Pablo, integrante de la expedición de Gaboto en calidad de misionero. Lucía, enamorada y casada con Sebastián Hurtado, también viaja con su esposo en la expedición, con la intención de establecerse definitivamente en el nuevo mundo.

El cacique Mangoré, héroe romántico que está dispuesto a sacrificarlo todo por el amor a Lucía, decide raptarla, pidiéndole ayuda a su hermano Siripo. Aprovechando la salida de varios españoles, entre ellos el marido de Lucía, Mangoré ingresa al fuerte para ofrecerles comida a los españoles junto a treinta hombres, quienes agradecidos lo hospedan en el fuerte por aquella noche. Cuando todos duermen, Mangoré abre las puertas del fuerte para dejar pasar a los cuatro mil hombres que esperaban emboscados fuera de la fortaleza. Muy pocos españoles sobreviven a la matanza escapando hacia los barcos.

Mangoré muere en el ataque y sólo quedan con vida en el fuerte cinco mujeres, entre las cuales estaba Lucía Miranda, Siripo, aprovecha la muerte de su hermano y se lleva a Lucía a su tribu, haciéndola su esposa. Pasado un tiempo, Siripo junto a unos guerreros toman cautivo a Sebastián Hurtado, el marido de Lucía, que viendo el fuerte destruido, decide buscar a su mujer y quedarse prisionero de los timbúes, con tal de estar junto a ella. Siripo, ordena que lo ejecuten, pero Lucía ruega por la vida de su marido y Siripo lo toma como esclavo, bajo la promesa de ambos de nunca tomar contacto entre ellos.

Así, frente a la horrible condición que les impusiera Siripo, los enamorados esposos no pueden verse más que de lejos; pero ellos inventan un medio de hacer menos horrible su separación, escribiéndose mutuamente. Sebastián había podido hacer llegar a manos de Lucía la mitad de su cartera. Lucía, por su parte, había escogido un árbol para sentarse después de un pequeño paseo que todos los días daba acompañada del cacique y de varias mujeres de su servicio. Sentada allí, al pie del árbol, introducía en la cavidad de su tronco la carta para Sebastián, y después como jugando con las hojas secas, cubría esta abertura de modo que era imposible sospechar de tan inocente estratagema. Sebastián corría por la noche al sitio indicado, tomaba la carta de su esposa, y ponía otra en su lugar.

Al enterarse que Lucía y su esposo se comunicaban a escondidas, preso de rabia, Siripo ordena que se arme una gran pira de madera sobre la que Lucía Miranda muere quemada.


Es probable que la leyenda de Lucía Miranda haya sido una de las fuentes de inspiración de “La Tempestad”, última obra de Shakespeare. Igual que en la leyenda de Lucía Miranda, La Tempestad es un relato de traiciones. En la obra, Próspero, que tiene una hija llamada “Miranda” es el duque legítimo de Milán y es traicionado por su hermano Antonio, quién le usurpa el ducado. También, igual que Siripo que perdona la vida de Hurtado, frente a los ruegos de Lucía,"La tempestad" finaliza con un epílogo recitado por Próspero donde reclama perdonar al traidor que se apoderó de su título.

La historia de Lucía Miranda aparece por primera vez en la novela “La Argentina manuscrita”, en 1612, de Ruy Díaz de Guzmán. Sin embargo, a fines del siglo XIX, el autor de la Historia del Puerto de Buenos Aires, Eduardo Madero, demostró la absoluta carencia de fondo histórico que tiene esta leyenda. Aunque ella sí tiene un fondo cultural: la relación entre los españoles e indígenas, y la lucha por la tierra.

Quizás, Guzmán, que tenia a su cargo el relato de los acontecimientos del nuevo mundo, quiso humanizar con una historia de amor las atrocidades de la conquista y se inspiró en la Ilíada de Homero y el rapto de Helena.

Lo más probable es que, tanto el final de Troya, como el de Santic Spíritus, incendiadas para recuperar a Helena a Lucía respectivamente, sean solo sueños de quienes los crearon y que como nos dice Shakespeare en el más personal de sus dramas y que parece reflejar el pensamiento más profundo del dramaturgo: "Somos de la misma sustancia de la que están hechos los sueños, y nuestra breve vida está rodeada de un sueño" (La Tempestad, acto IV).


jueves, 17 de marzo de 2011

HISTORIAS DE SANTA FE IV

“ES MÁS QUE UNA MUJER. ES EL ARTE”


Emilia Bertolé nació en 1896 en la ciudad santafesina de El Trébol, en el seno de una familia de inmigrantes italianos. En 1905 se instala con su familia en Rosario, y a muy temprana edad manifiesta una marcada inclinación artística que la llevó a estudiar en la academia de dibujo y pintura Doménico Morelli en Rosario, bajo la dirección del renombrado maestro italiano Mateo Casella. Con sólo 12 años de edad obtiene el primer premio en un concurso municipal presidido por Lola Mora, obteniendo una beca que le permitió proseguir sus estudios de pintura.

Emilia se destacó fundamentalmente por la realización de retratos y desnudos, caracterizados por una gran sensibilidad y un alto contenido poético. En 1915 se presentó en el V Salón Nacional Artes Visuales de Buenos Aires con tres obras, “Autorretrato”, “Incógnita” y “Ensueño”, obteniendo por ésta última el premio estímulo y dándose a conocer en el ambiente artístico nacional.

Se instala desde entonces en Buenos Aires, convirtiéndose en una de las pintoras de moda de la época, cautivando con su impactante belleza, e integrándose a la bohemia porteña de la época, donde compartirá las tertulias del mítico Café Tortoni con intelectuales y personajes de la época como Alfonsina Storni, Fernández Moreno y Horacio Quiroga, de quien se dice fue su amor imposible.

Por esos años desarrolla una intensa tarea como retratista para personajes de la alta sociedad de la época, lo que si bien le permitió sortear acuciantes apremios económicos, la colocó frente a un dilema existencial: la pintura como realización espiritual o como medio de subsistencia material.

Años después, en una entrevista publicada en el Diario Crítica dejará en claro su elección: “Cuando trabajo por mí, hago las obras mejor que cuando trabajo para los demás. Siempre la obra íntima, el fruto de largas contemplaciones, de hondas y sentidas meditaciones, es superior a lo que ordena y pide el que compra”. Quizás por esta razón sus mejores obras serán los retratos íntimos realizados para los miembros de su querida familia: su padre Francisco, sus hermanos Miguel Ángel y Cora, y su prima Teresa.

En 1921 logró el primer premio del concurso organizado por la Municipalidad de Buenos Aires con su obra “Violetas”, pasando a ser así la primera mujer pintora en alcanzar ese galardón en la República Argentina.

No solo pintaba sino que también escribía poemas. Como poeta colaboró en diarios y revistas del país y del extranjero. En 1927 publicó su primer libro “Espejo de Sombra”, quedando inédita otra obra poética “Estrella de Humo”. Sus poemas figuran en varias antologías de la época, y se destacan por su belleza y gran sensibilidad.

Murió en 1949. Hija dilecta de la ciudad de Rosario, su obra fue por décadas relegada y olvidada frente a las vanguardias artísticas de la segunda mitad del siglo pasado. Afortunadamente, desde hace algunos años su obra pictórica y poética viene siendo rescatada del olvido. Sus pinturas y retratos integran hoy el patrimonio de los museos de Rosario, Santa Fe, El Trébol, Paraná, Roma y Buenos Aires, y la editorial de la Municipalidad de Rosario ha editado una antología de sus poemas.

Como artista y como mujer es todo un símbolo de la provincia de Santa Fe. Federico García Lorca dio de ella quizás la definición más acabada: “Es más que una mujer. Es el Arte”.

lunes, 28 de febrero de 2011

HISTORIAS DE SANTA FE III

VIRGINIA BOLTEN: LA VOZ DE LA MUJER.


Seguramente una de las mujeres que Antonio Berni inmortalizó en su fresco “Manifestación” sea Virginia Bolten y seguramente uno de los edificios del fondo de esa multitud de ajados rostros de obreros exigiendo pan y trabajo sea la fábrica de la Refinería Argentina de Azúcar donde trabajaba la joven Virginia.

Era el Rosario de finales del siglo XIX, escenario de las luchas de la clase obrera por mejores condiciones laborales. Virginia Bolten, con apenas veinte años, participa activamente de la manifestación popular realizada en la Plaza López el 1 de mayo de 1890. Era ella, como tantas otras, una obrera que soportaba larguísimas jornadas de trabajo en pésimas condiciones: altas temperaturas, con un constante polvillo de azúcar en el ambiente y teniendo que cargar en sus caderas pesadas bolsas que dejaban terribles secuelas. Serias deformaciones que quedarían para toda la vida y que ocasionaban grandes dificultades al parir, muchas veces con la consecuencia de la muerte de ellas mismas y de los bebés recién nacidos.

Virginia Bolten era de aquellas que no se resignaban y por ello toda su vida fue dedicada a la lucha, al sacrificio y a la militancia. Su activismo quedó incluso registrado por Bialet Massé en su “Informe sobre el estado de las clases obreras” realizado en 1904: “Hay en el Rosario una joven de palabra enérgica y dominante que arrastra a las multitudes”.

Junto a Teresa Marchisio y María Calvia editarán “La voz de la mujer”, periódico obrero dirigido por mujeres para mujeres, que reclamaba por sus derechos y era sostenido económicamente por el aporte de la propia Victoria.

Como a tantos trabajadores, la “ley de residencia” la expulsó del país por su “peligrosidad”. Ley que no pudo derogar Alfredo Palacios a pesar de sus tantas iniciativas, y que reivindicamos nosotros sancionando la Ley Migratoria 25.781 que reemplazó a la nefasta Ley Videla continuadora de aquella.

Dicen que los nombres son la memoria, el de Virginia Bolten quedará en la historia del movimiento obrero como el de la voz de los desheredados y oprimidos, lo que le valió su apodo de “Luisa Michel”, asimilando su accionar al de la famosa heroína de la Comuna de París.

jueves, 10 de febrero de 2011

Historias de Santa Fe II


"Alfonsina, Coronda y El Amor..."


Joven, pobre, luchadora por la igualdad de la mujer, madre soltera, quizás todo ello daba motivos para que la sociedad de su tiempo la acusara y tratará de esconderla; pero tenía tanto talento que se hizo un lugar a golpes de poesía.

Amiga de José Ingenieros, Manuel Ugarte y Horacio Quiroga, recibe una medalla por su solidaridad junto a Alicia Moreau de Justo y Enrique Del Valle Ibarlucea.

Nació y murió en el mar, pero vivió mucho tiempo de su juventud cerca del río, en Rosario y en la ciudad de Coronda.

En 1901 la familia Storni llegaba a Rosario. Su madre Paulina instaló el Café Suizo, donde Alfonsina atendía las mesas y lavaba platos con sólo 10 años. A los 12, trabajará como obrera en una fábrica de gorras. A los 13, se incorpora a una compañía de teatro que recorre el país. Más tarde se instala en Coronda, donde se recibe de maestra rural. En 1911, con menos de 20 años, sola, con una maleta con pobres y escasas ropas y sus libros de Darío, llega a Buenos Aires. Su hijo nacerá en abril de 1912.

Su esperanzado vientre reflejaba su penoso deambular. Hacía recordar aquello de Sor Juana Inés de la Cruz,“hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, si ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”.

Lo gritó con elocuencia infinita en su poema “El clamor”


Alguna vez andando por la vida,
por piedad, por amor,
como se da una fuente, sin reservas,
así yo di mi corazón.


Y dije al que pasaba, sin malicia,
y quizá con fervor:
Obedezco a la ley que nos gobierna:
he dado el corazón.


Y se corrió la voz:
Ved a la mujer, esa que pasa;
ha dado el corazón.
De boca en boca, sobre los tejados,
rodaba este clamor.


¡Echadle piedras sobre la cara;
ha dado el corazón!
Ya está sangrando, así, la cara mía,
pero no de rubor;
que me vuelvo a los hombres y repito:
¡He dado el corazón!

A su muerte los diarios titularon: “Ha muerto trágicamente Alfonsina Storni, gran poetisa de América”. Quizás se la conozca hoy más por la canción de Mercedes Sosa que por homenajes, recuerdos oficiales o sus hermosos escritos muy poco publicados.

Alfredo Palacios, al rendirle tributo en 1938 en el Senado de la Nación dijo “Nuestro progreso material asombra a propios y extraños. Hemos construidos urbes inmensas, centenares de millones de cabezas de ganado pastan en la inconmensurable planicie argentina, la más grande de la tierra. Profundamente subordinados los valores del espíritu a los valores utilitarios y no hemos conseguido, con toda nuestra riqueza, crear atmósfera donde puede prosperar esa planta delicada que es un poeta”.

lunes, 17 de mayo de 2010

Notas del Bicentenario II

¿MUJERES EN LA REVOLUCIÓN DE MAYO?

En los decisivos días de la revolución de mayo, el 19, Casilda Igarzábal junto a un grupo de mujeres fue a buscar a Cornelio Saavedra: “No hay que vacilar” le dijo y lo llevó a su casa y la de Nicolás Rodríguez Peña donde lo esperaban Belgrano, Moreno y tantos otros revolucionarios. Estas casas -como la de Martín Rodríguez-, donde los patriotas se reunían clandestinamente, durante aquellos días de definiciones fueron el laboratorio de los planes revolucionarios. Ahí estaban, también, las mujeres anónimas y decididas de la revolución de mayo.


El virrey resistía, las tendencias conservadoras criollas y los españoles querían mantener el decrépito orden colonial. Fue entonces la actitud firme del pueblo lo que lo impidió. El pueblo que había integrado el ejército de la Reconquista, el que había obligado al Cabildo y a la Audiencia en 1806 a deponer al virrey Sobremonte. El mismo que había hecho la defensa de Buenos Aires ante las invasiones inglesas. Como parte de ese pueblo, en esos hechos y en esos lugares, estaban las mujeres de todas las clases sociales, arrojando ollas de agua y aceite hirviendo desde los techos contra las tropas inglesas.


Las ideas preclaras de los patriotas encarnaron en la realidad por la fuerza de la participación popular. De esa manera se expresaron notables mujeres.


Fue Mariquita Sánchez quien empezó a romper los moldes sociales en 1805, negándose a los catorce años a casarse de acuerdo con las costumbres de la época y eligiendo a un patriota de menor abolengo que el suyo, Martín Thompson, contra la voluntad de sus padres. En su casa se realizaron muchas de las reuniones secretas de los criollos.


Fue Manuela Pedraza la tucumana que empuñó las armas en las calles de Buenos Aires, resistiendo a la primera invasión inglesa en 1806. Aquel triunfo con el protagonismo de los más humildes de la población, de los esclavos y de las mujeres fue el acto político independiente que generó la confianza de los patriotas en sus propias fuerzas e inició el camino hacia mayo.


Fue Juana Azurduy, la guerrillera que perdió a cuatro de sus hijos y combatió embarazada contra las tropas realistas en el norte. Nombrada Teniente Coronel por el Director Supremo don Martín de Pueyrredón y tras haberle hecho Belgrano la entrega de su sable por sus triunfos contra el ejército español, murió indigente otro 25 de mayo y fue enterrada en una fosa común.


El Programa de mayo que anidaba en las mentes de Moreno y de Belgrano y sintetizaba las banderas de los derechos ciudadanos, de la igualdad social, la libertad de imprenta y de pensamiento, el fomento de la educación popular, la libertad de los esclavos, todo ello junto a la libertad de comercio, los garantizaba el primer gobierno patrio.


El motor fundamental del mismo fue el pueblo, y dentro de él, las mujeres tuvieron un papel decisivo.


Cuando uno recorre las páginas de aquellos tiempos se encuentra casi exclusivamente con los "hombres de mayo", fueron hombres los que integraron la Primera Junta, hombres los que encabezaron los ejércitos, hombres los que escribieron la historia, pero es hacer justicia rescatar también el papel que jugaron aquellas mujeres a las que generalmente se ignora.